Camila Leal forma parte de un proyecto intercultural educativo en el jardín n° 21. Hace cinco años les trasmite a los niños que pasan por el colegio la cultura Mapuche: la importancia de cuidar el territorio y conocer el lenguaje como formas para evitar la discriminación en cualquiera de sus dimensiones.
Agostina Maldonado

Muchas de las costumbres que hacen a la cultura mapuche han sido dejadas de lado con el pasar de las generaciones. Risas, burlas y la violencia directa o indirecta sobre el pueblo fueron la razón por la que algunos decidieron ocultar su identidad y perder, con el pasar de los años, la práctica del mapuzungun, su lengua nativa. Este es el caso de la familia Leal, conformada como comunidad desde el año 2009.
Camila es una joven risueña de 25 años. Desde los 20 trabaja como maestra intercultural en el jardín de Alta Barda en Fiske Menuco (General Roca). Martes y jueves comparte con 93 niños y niñas de entre cuatro y cinco años, la cultura mapuche. Pero no fue hasta sus 16 que se reconoció abiertamente como parte del pueblo.
Ella creció entre ceremonias mapuches y vía crucis católicos a los que asistía llevada por su padre. Su madre siempre fue muy permisiva y la dejó elegir el lugar en el que ella se sintiera más cómoda. Cuando cumplió 15 años su tío le regaló un dije de punta de flecha adquirido en El Bolsón. Y a las 5:30 de la madrugada, mientras que ella abría los regalos, le dijo algo que la marcó para siempre: “Yo peleé por esto como tus antepasados pelearon con esto”. Camila asegura que esa pequeña joya que aun lleva en su cuello es un protector: “las cosas que hacía con la iglesia católica para mi eran solo una aventura”.
A los siete años, en un acto de la escuela primaria por el Día del Respeto a la Diversidad Cultural, Camila comenzó a entrar en conflicto con su identidad. Era la única vestida con un Küpan (vestido) prestado, mientras que el resto de los niños llevaba una tela arpillera con una pluma: “yo no quería ser yo; quería ser como los otros, que estaban mal vestidos”. En ese acto escolar, los mapuches huían de los soldados, que los perseguían para matarlos. “Fue cruel”, reflexiona.
Entre otras formas de discriminación en las escuelas, la actual Lonko (jefa) de su comunidad, su tía Ana, sufrió un episodio en el que toda su clase se rió de ella por ser mapuche. Desde ese momento siempre tuvo vergüenza de hablar mapuzugun. Es por esa historia que Camila llegó al jardín, para hacer llegar la cultura mapuche más allá de la comunidad, para evitar ese tipo de discriminación y para que ninguna persona tenga vergüenza de reconocer su identidad nunca más: «Queremos trasmitir los valores del respeto. Seas como seas: Mapuche, gitano, boliviano. Respetar la diversidad”, proclama la joven.

Esto de no poder identificarme y decir “yo soy esto”, que a otro chico no le pase.
El panorama en el jardín, en un principio, fue negativo: a sus 20 años, sin conocer nada del sistema educativo, los maestros la desconcertaron con tres preguntas que solo dejaron en evidencia los problemas que tendría por delante: “Pensé que en 2017 ya no me iba a encontrar con tanta ignorancia”, dice Camila. Es que lo primero que le preguntaron en el jardín era si los mapuches eran chilenos o argentinos; lo segundo fue qué pasaba con Maldonado[1] y lo tercero, si ella cobraba igual que el resto, a pesar de no haber estudiado.
Durante dos años, Camila y la maestra intercultural del turno mañana recibieron repetidos reclamos del resto de las docentes, que no veía avances en los niños. “Mi compañera renunció, pero a mi me hizo aguantar mi personalidad, más tranquila”, sostiene . “Muchas veces llegué a mi casa llorando, maldiciendo a todo el mundo, no la pasábamos bien. En esos momentos, mi familia siempre me dijo que hiciera lo que sintiera, me acompañaron siempre”, recuerda Camila.
Pero los avances llegaron en los últimos tiempos, y desde hace tres años comenzó a ver cambios en los niños y niñas. Disfruta recibirlos y recibirlas en la puerta y aprovecha ese momento para conocer a las familias. Con este mismo fin, desde marzo del 2022 que otro miembro de la comunidad forma parte del sistema educativo enseñando en la Escuela Primaria N°286 Ruca Hue, para que luego de dos años de jardín, los niños puedan seguir recibiendo esta formación intercultural.
El 30 de marzo del 2013 se consolidó la Ley 2287 que en sus primeros cinco artículos define qué es un “indio mapuche”, qué requisitos debe tener una comunidad para ser considerada como tal frente al Estado y manifiesta la necesidad de inscribirse en el Registro Especial. Según esta Ley provincial de Río Negro, en su artículo 3, «se considera Comunidad Indígena al conjunto de familias que se reconozca como tal con identidad, cultura y organización social propia; conserven normas y valores de su tradición; hablen o hayan hablado una lengua autóctona; convivan en un hábitat común, en asentamientos nucleados o dispersos; o a las familias indígenas que se reagrupen en comunidades de las mismas características para acogerse a los beneficios de esta Ley«.
Es decir, para ser reconocido como parte de la Comunidad Indígena, basta con que la persona que lo alega se reconozca a sí misma como parte de ella, probado ante determinados organismos estatales que cumple con alguno de esos requisitos, como la organización y la lengua.
Por esta razón, los Leal se consolidaron como comunidad ante la Ley, con el fin de recuperar el territorio perdido. El abuelo de Camila llegó de Chile en 1958 y comenzó a trabajar en la bodega Canale, en Fiske Menuco. Ahí conoció a su abuela, que acababa de llegar de una comunidad de la precordillera neuquina. Pronto se casaron y adquirieron un pedazo de tierra donde tuvieron a todos sus hijos: una isla que corría riesgo de inundación con cada subida del río. Fue antes de los años 80, con una crecida muy grande, que los bomberos de Fiske recomendaron desalojar ese territorio. La familia Leal consiguió una pequeña casa en una chacra. Con el pasar de los días, su abuelo, que cruzaba con el agua hasta la cintura para darle comida a los animales, supo de una familia mapuche que se encontraba en peores condiciones que ellos y les ofreció permanecer en la isla. Cuando quisieron volver, no les permitieron entrar y violentamente los dejaron sin tierra, un problema que hasta el día de hoy permanece sin resolver.
Fue en la lucha por recuperar el territorio perdido que Camila se vinculó con su familia y, por lo tanto, con su identidad. Conocieron del Consejo de Desarrollo de Comunidades Indígenas (Codeci), donde les recomendaron conformarse en comunidad. En los extensos cuestionamientos del INAI, donde trataban de verificar que realmente eran mapuches, descubrió gran parte de una historia que había ignorado hasta ese momento.
Muchas veces, Camila había dejado de lado conversaciones con sus ancestros a cambio de ver una película con su papá. “De eso es de lo único que me arrepiento”, reflexiona sobre el tiempo perdido. En 2008, los Leal comenzaron el proceso legal para recuperar esa tierra que les había sido usurpada por otra familia mapuche.
Cuando decidieron tomar posesión del territorio, que estaba desocupado, llegó uno de los integrantes de la otra familia a molestar con violencia- Camila relata que una vez llegó con un camión con mucha gente y nafta como para prender fuego a la familia Leal dentro de su casa. “Fue horrible, para mis tíos y abuelos fue revivir lo que habían vivido años atrás”, cuenta. “Nosotros siempre fuimos bien pacíficos, con la palabra y con la justicia. Hay otras familias que son bien aguerridas, pero son otras formas. Yo no tengo ningún rencor con nadie”.
Por lo general, los pobladores mapuche no tienen los títulos de propiedad de sus tierras, porque su cultura no lo requiere. A pesar del mandato de la Constitución Nacional (artículo 75, inciso 17); de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (artículo 21) y del Convenio 169 (artículo 14) de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que reconocen la posesión y propiedad comunitarias de la tierra que tradicionalmente ocupan, los títulos no han sido otorgados. El reconocimiento como Mapuche es un tema subjetivo, de interpretación ante la Ley.
A Camila, lo que la vincula con esa identidad es su familia, quien le transmite todos los saberes y costumbres. La familia, no solo la de sangre, sino esas personas que en algún momento de la vida le dieron un consejo. “El territorio es importante, es fundamental, pero no fue lo que definió mi identidad” dice con seguridad Cami.
Como su abuelo le enseñó a su mamá, y su mamá a ella: "Mapuche zomo iche chiñura inche anai" (Mujer mapuche soy, mujer blanca no soy).
[1] Santiago Maldonado desapareció el 1 de agosto, tras la violenta represión de Gendarmería en la Lof en Resistencia Cushamen, Chubut. Estuvo desaparecido 78 días. Su cuerpo sin vida fue encontrado el 17 de Octubre en el Río Chubut, 400 metros río arriba de donde fue visto por última vez.