Por Irina Cicchitti.
A los 60 años, Sara Mansilla decidió que nunca era tarde para seguir aprendiendo, por eso decidió estudiar Comunicación Social. Con la voz cargada por la nostalgia y el cariño, cuenta: “Me dejó aprendizajes. Como todo, me deja marcas que son en realidad parte de mi identidad. No fui la misma antes y después”.
Fue la primera en su familia en ir a la universidad. Su mamá, analfabeta, aprendió a escribir junto con ella en primer grado. Su papá apenas había alcanzado tercero de primaria. Sin embargo, el deseo de estudiar siempre estuvo presente, impulsado por ellos. “Tengo como una sobredosis de estudio”, dice riendo.
Cuando se graduó del secundario en 1964, en Neuquén no había universidad, y los recursos familiares no alcanzaban para que viajara a La Plata. Al año siguiente cuando ella tenía 19 se fundó La Universidad de Neuquén, “Yo me quería morir. Me acuerdo que esa tarde le dije a mi viejo con mucha felicidad “Viejo, mañana se abre una universidad, ¿viste?». Allí se abrieron las carreras de profesor de Historia, de Geografía, de Literatura, las Ingenierías y Sara pudo comenzar a estudiar la carrera que entonces se llamaba Servicio Social. Logró recibirse en 1968.
Siguió buscando su camino y más lugares para formarse. Luego de jubilarse como docente empezó a pensar en Comunicación Social. “Era un tiempo en que habíamos salido de la dictadura, pero también estábamos construyendo otros modelos sociales”, relata Sara.
Su compromiso con los Derechos Humanos la llevó a involucrarse en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) de Neuquén desde 1976, año en que se fundó tras el golpe de Estado en Argentina.
En los 90, cuando se iniciaba el fenómeno de las «Fake News», Sara sintió curiosidad por cómo la comunicación estaba cambiando el mundo “Era un momento que salíamos de la máquina de escribir de Remington, a la informática. A mí me costó una barbaridad porque eso implicaba un paso muy importante en la ciencia y en la conciencia. De escuchar una noticia en la radio y enterarte a las 24/48 hs de algo, con la tecnología, a los 15 minutos sabías que había habido un terremoto en tal lugar”.
En 1999 comenzó Comunicación Social y siguió la orientación de periodismo escrito. La carrera le cambió totalmente la visión de la comunicación “No sé si yo hubiera podido comprender esos fenómenos, a lo mejor sí, porque tengo una vida muy vinculada a lo público, a la militancia social, política, y gremial, entonces a lo mejor hubiera hecho el proceso de comprensión, pero indudablemente que me facilitó la vida porque me abrió la cabeza” confiesa.
Al principio solo asistía como oyente, buscando conocimientos que le permitieran entender los cambios sociales. Sin embargo, las amistades que fue formando la motivaron a ir más allá y rendir las materias . Así comenzó por segunda vez su trayectoria en la universidad. No todo fue fácil, pero incluso los momentos de disgusto y de dolor le dejaron enseñanzas “Son contribuciones, las llamo yo. Los fracasos me ayudaron a vencer el individualismo, a mostrar que uno no es impune. Todo me sirvió”.
Si bien hubo cosas que no le gustaron, en esa segunda etapa universitaria, decidió dar un paso al costado en las luchas estudiantiles. Para ella eran los jóvenes los que debían hacer una interpretación y avanzar en el reclamo de derechos, de mejoras en las carreras, en todo. “Ellos lo hacían con sus métodos y con sus avances. No me hubiera parecido que yo, una mujer de casi 60 ocupara ese rol. Al contrario, yo fui a aprender.”
Sara recuerda esa época con un brillo en los ojos. Para ella su paso por Comunicación Social significó una etapa de felicidad. “Yo fui tan feliz de tener contacto, charlas, mateadas, los invitaba a casa, hacíamos trabajos en conjunto, producciones. Una felicidad que es un regalo de la vida” dice con anhelo.
De esa etapa, uno de los vínculos más especiales fue con Fabián Bergero, su profesor y compañero en el Diario 8300. También recuerda con cariño a su profesor de Investigación que la ayudó a escribir sobre seis mujeres desaparecidas en la dictadura. “Yo estaba justo con todo el tema de Derechos Humanos, investigando a los desaparecidos y luchando para que se reabran los juicios. Me guió en los métodos, en las formas y lo logré con él”.
Hasta hoy, sus compañeros la llevan en la memoria. “A veces me cruzo con jóvenes que me dicen ‘¡Yo estudié con vos!’. Me muero de risa, pero también me llena de ternura. Es una caricia al alma”, cuenta, emocionada.
Para Sara, la universidad no solo fue un espacio de conocimiento, sino un refugio sanador. “¿Qué más sanador que estar rodeada de jóvenes que opinan con libertad?”, se pregunta. Para ella muchas personas mayores se refugian en la nostalgia por temor al futuro, pero la universidad le dio una mirada distinta “Te cachetea, te golpea, pero también te ayuda. Te recuerda que siempre hay un presente esperanzador. Y hoy, más que nunca, lo hay”.









Deja una respuesta