Yo, hombre de ruta, sujeto que me encuentro perfectamente circulando cotidianamente en la Ruta Nacional 22 y que, sin pausas, mis viajes hacen eco en la historia de los viajeros empedernidos y de los constantes carteles y los interminables pozos ajetreados que perfectamente han diseñados los dioses de la ruta, que he memorizado día tras día; me imagino que las vidas de las próximas generaciones serán totalmente diferentes, puesto que ahora la vieja carretera está camino hacer una autopista.
Los viajes están a punto de cambiar y ya no serán esos recorridos que hacemos nosotros, pobladores del Alto Valle y de vehículos circulando por doquier.
Porque nosotros, hombres de rutas, nos hemos acostumbrados a una ruta pequeña, de innumerables accidentes. A la oscuridad de sus caminos. Y a todos esos cruces abominable que se encuentran en su recorrido, la tacañería de los constructores, diseñadores, y los digestos municipales que han amontonado sobre nuestras ruedas.
En cambio, las próximas generaciones…
Gozarán de una autopista, que según dicen, será un placer recorrerla, quisiera estar vivo para poder transitarla. Si, al paso que van, quizás hasta me haya recibido y encuentre un trabajo en mi ciudad que ya no me demande viajar por esa “ruleta rusa 22”.
Pero para serles franco, yo me he enamorado de sus defectos. Quién sabe por qué, o cuándo sucedió, en qué momento de mi vida comencé a tomarle cariño a sus carteles oxidados, con esos conductores siempre apurados e imprudentes que osan recorrerla, a los pozos bien definidos y sus embotellamientos a mitad de la mañana y de la tarde.
Uno va por la 22, recorre sus km con amor, con pasión, con miedo y por qué no, también con valentía. A veces me toca transitarla acompañado. Otras veces solo. Sin que nadie me empuje. Hay círculos de papanatas circulando, pero no vigilantes que monitoreando constantemente sus pasos.
Se puede pensar que entre la ruta y yo, hay un síndrome de Estocolmo. Porque a pesar de todos los accidentes, de sus viajes interminables, de las horas perdidas, de calores y fríos, dependiendo la estación, de haber sufrido tantas cosas; yo, me sigo definiendo como “un hombre de ruta”.
Por Carlos Maica