La montaña ruleta rusa

 

Transito casi a diario la ruta 22. No me gusta, no quiero, me niego terminantemente. Pero soy docente de la carrera de Comunicación y mi trabajo está en Fiske, a 45 kilómetros de mi casa, en Neuquén.

Hasta hace 10 años, era un viaje algo lento, pero placentero. Menos autos, el fresco de las chacras y un entorno rural que me producía algo de paz interior. Si a eso lo combinaba con un cidí de Pink Floyd o de Led Zeppelin, la travesía terminaba siendo un placer.

Pero el tiempo pasó, y las cosas cambiaron.

No recuerdo cuándo fue que se instaló el primer tacho de 200 litros pintado de naranja sobre la ruta. Creo que fue en 2009. Poco a poco, los tarros de 200 litros fueron inundando la vía. Siete años después, seguían allí: se habían reproducido como honguitos naranja, porque entonces eran cientos. A tal punto que llegué a pensar que la obra que prometían construir con grandes carteles y movimientos de suelos, era –precisamente- de colocación de tachos de 200 litros naranja. Pero un día leí en el diario que el verdadero objetivo, el plan secreto, la quintaescencia del emprendimiento era… ampliar la ruta 22. Jamás lo hubiera imaginado. Créanme.

En esos ocho años pasaron cosas: destruyeron el paisaje rural. Derribaron árboles que durante años me habían acompañado en mi viaje peronista de casa al trabajo y del trabajo a casa. El aire se volvió irrespirable porque nubes el polvo en el aire llenaron la atmósfera. Nunca mas pude usar la manija de subir y bajar la ventanilla del coche. El fresco dejó de ser fresco. El aire acondicionado reemplazó al oxígeno.

Pero la obra se atrasó. Después se postergó. Y se paró completamente. Un año. A veces aparecía una topadora, hacía piii-piii-piii, y se iba. A la semana un camión regador. Al mes otra topadora. Piii. Otro año. Y de nuevo el regador. Soria se enojó con Vialidad porque Vialidad hace lo que en Buenos Aires les parece. Se paró todo otra vez. Un año más. Pii. Regador. Soria. Stop.

En 2016 arrancó todo con furia otra vez. Pero no se trata ahora de colocar los tachos naranja ni de ampliar la ruta, sino de construir una montaña rusa. Como la del ItalPark, pero en el Alto Valle. Primer mundo, le dicen. Tiene por ahora sólo 6 kilómetros de extensión, porque el resto del tramo entre Allen y Fiske está parado. Es que Soria… ya saben. Entonces no pii-pii. Ni regador. Sólo tachos.

Entre tanto, en medio de las peleas, la desorganización y la desidia, miles de personas seguimos recorriendo lo que queda de la ruta. Con más autos, pero con muchas más camionetas y camiones (obsesionados por la minería allense), con controles ineficientes, cruces peligrosos, cruces en los cementerios, heridos y lesionados cada día. De lento, el camino pasó a desesperante. De placentero, a desagradable, fastidioso, molesto, enojoso. Y peligroso.

Ahora será autopista. Vendrán los planteos legales. Quizás se pare nuevamente. Soria. Los intendentes del oeste… Mientras tanto nosotros seguiremos transitando cada día esta ruleta montaña rusa que sigue robando tiempo, salud y vidas.

Por Fabián Bergero

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