Salgo de trabajar y ya voy pensando qué miércoles voy a cocinar para llevarme a la facu. Es que el tupper ya me está cansando y ya no sé qué improvisar.
Me preparo algo y salgo corriendo con ese miedo de que el colectivo ya se me pasó, corro a la esquina y veo gente. ¡ufff, qué alivio!, todavía no pasa. Voy caminando y pienso si cerré bien las puertas de casa, si apagué la hornalla, si cerré bien el freezer. ¡Ayyy, son tantas cosas!
Mientras pienso todo eso en la esquina ya se acerca el Ko ko, empiezo a manotear, ¿dónde metí la tarjeta? Reviso todo hasta encontrarla, a veces ya no me sorprende porque siempre me pasa lo mismo y siempre la encuentro antes de subir o subiendo al cole. Le digo cole al colectivo, si ya sé, no le digo bondi como todos, pasa que yo soy de Chichinales, acá en el pueblo le decimos así “el cole”.
Volviendo a lo nuestro, viajo 30 minutos de Chichinales a Regina, cuando voy llegando a la terminal ya me levanto del asiento porque sé muy bien que apenas el colectivo frene voy a tener que bajar corriendo para poder alcanzar el expresso a General Roca que va saliendo. Corro y llego justo, miro para todos lados, está lleno. Otro día más que voy a viajar parada, apretada, pero si tengo suerte en Huergo se bajan unos cuantos y siempre voy atenta para poder agarrar un asiento.
Pago el pasaje, me dan el boletito y me fijo cuánto saldo me queda, es que el pasaje está casi llegando a las 60 pé y por más bonificación que me hagan por estudiante se me re complica tener que gastar 150 pé para ir a cursar, muchas veces dos horas. Mientras pienso en todo esto, miro a los chicxs del secundario que van viajando sonrientes, plenos, llenos de vida, me siento un poco ogra, voy pensando en todo lo que tengo que hacer, la plata, el trabajo, el estudio y la cabeza me quiere explotar.
Me pongo los auriculares y suena “nos siguen pegando abajo”, vamos llegando a Huergo. Por suerte bajan los chicxs del secundario, me alivio de no tener que verlos más y también porque se desocupa un asiento. Es el asiento contra la ventana y en la parte de atrás donde me gusta viajar, porque entra el aire justo para no descomponerme y puedo dormir también.
Saliendo de Huergo, miro por la ventana, entre tantas cosas necesito un respiro, suspiro y quiero ver las chacras todas verdes, porque me hacen acordar a los días de primavera donde todo es floración, verde y más verde. Pero no, qué feo que quedó todo, pienso, lo verde ahora está atravesado por esas murallas gigantes repletas de cemento, desvío la mirada y pienso que eso se hizo según el “gobierno” para acortar los tiempos de viaje, pero no me convence mucho porque para entrar a Huergo tardamos 10 minutos más.
También me aterroriza la idea de pasar por abajo del puente y que el colectivero se tenga que parar para ver si viene alguien y ahí poder cruzar, no me da seguridad. Siento una subida, ya vamos pasando por el puente, miro a los costados y veo la escuelita que antes veía tan grande, agradable, sencilla, sin embargo, ahora la veo tan chiquita que apenas veo su bandera flamear. Pienso en todo el trámite que tienen que hacer los pequeñxs para poder cruzar a su colegio, me da miedo pensar en ese cruce tan peligroso. Pasaron 30 minutos y ya cambié 5 veces las canciones hasta llegar a la indicada.
Salí 11:30 de mi casa y estoy llegando 13.40 a Roca y pasó mucho tiempo, tuve tiempo de pensar en todo, de aburrirme, de reírme, mandar mensajes, tuve tiempo para todo, pero no me sobró tiempo para nada. Me indigna, me pone mal tener que pasar todos los días lo mismo mientras se invierten millones en una obra que quién sabe cuándo la terminarán y que no me simplifica para nada mis horas de viaje, tampoco me gusta viajar por al lado de una enorme muralla que no me permite ver lo que me rodea.
Finalmente llegamos a Fiske, luego de 5 minutos en la terminal, estoy cerca del final de mi viaje. Miro por la ventana y los árboles se desarman de tanto viento, suspiro. Tocan el timbre, si acá me tengo que bajar. Bajo del colectivo, respiro hondo, en mi cabeza resuena “Disminuirán los tiempos de viaje” suspiro y sigo porque sé que me quedan 10 minutos de caminata hasta la facultad.
Por Paola Torres